Democracia y descontento
Nuestros sistemas
políticos se definen como democráticos, es decir, como sistemas en los que el
gobierno responde a la voluntad del pueblo y sin embargo, hace tiempo que este
pueblo no se siente representado por sus instituciones. Esto responde a distintas
causas.
En primer lugar, en
países como España llevamos muchos años en que el nivel de vida de la mayor
parte de la población no mejora e incluso empeora (1). En épocas de prosperidad los
defectos del sistema político crean menos rabia.
En segundo lugar, ha ido
quedando muy patente que los poderes del Estado a menudo no responden a
importantes demandas del pueblo. Para mí el caso más claro fue como en la
crisis que siguió a 2008 la mayor parte de la ciudadanía se oponía a los
recortes realizados por los gobiernos pero ello no evitaba que se produjesen.
El descontento por la crisis y su gestión cambió el gobierno de PSOE a PP pero
ello no evitó que se siguiera aplicando la misma política. Ya hay analistas que señalaron que las elecciones nacionales en varios países europeos de aquellos años , incluyendo el nuestro, tenían poco sentido. (2) Y en la época actual, hay un problema tremendo de acceso a la
vivienda, y los gobiernos no aplican la política de fuerte control de ese
mercado que se sabe que cuenta con el apoyo de la mayoría de la gente en
España.
En tercer lugar, se sabe
que en el mundo desarrollado ha ido disminuyendo la conexión entre el Estado y
la sociedad civil desde al menos finales de los 60. Antes los partidos y otras
grandes asociaciones organizaban a gran parte de la sociedad; actualmente ese
vínculo apenas existe. Esto refuerza la falta de respuesta a las demandas
populares mencionada anteriormente y también contribuye a una falta de sentido
de pertenencia, es decir, a ver la política y el Estado como algo ajeno.
En cuarto lugar, los
medios de comunicación responden, como no podía ser de otra forma, al
descontento causado por el sistema político, pero no lo hacen promoviendo una
actitud constructiva de mejora de la sociedad sino, en general, fomentando la
visión más negativa de lo político, cuando no el usar el cabreo para promover
una agenda reaccionaria.
Frente a la situación que
tenemos, no es tan descabellado decir que no vivimos en una democracia de
verdad, aunque esta afirmación provoque burlas en algunas personas.
Evidentemente, según la Ciencia Política, hay rasgos que distinguen los
regímenes considerados democráticos de los propiamente dictatoriales (no todos
los regímenes son iguales) pero eso no impide que nuestros sistemas haya falta
de representación, situaciones de desigualdad ante la ley y hasta cierta
represión política.
¿Significa eso que el
voto no vale de nada o es un engaño como dicen algunas personas?
Es posible debatirlo,
pero yo diría que todavía no son siempre iguales en todo todos los partidos.
Eso sí, si votamos a alguien diciendo que es un “mal menor” eso implica que lo
consideramos un mal, y por tanto que veríamos bien si fuera posible rebelarnos
contra él. Es decir, no debemos ser mansos con un gobierno porque lo hayamos
votado, o porque se piense que eso posibilita que vengan los otros. Porque si
no, el mal menor se hará cada vez más malo. De hecho, es la protesta que está
habiendo la que ha provocado que se tomen unas mínimas medidas respecto a la
vivienda, pero dados los grandes intereses especulativos que hay en ese tema,
haría falta mucho más para que se pudiera arreglar de verdad.
De todos modos las frases “no hay verdadera democracia” o incluso “las elecciones o el parlamento son un
engaño” aunque tengan bastante de cierto no son tampoco la panacea porque las
puede decir también alguien que no tenga intenciones de acabar con la opresión
sino de reforzarla. Una posición problemática es aquella que critica las
maldades de la clase política diciendo muy poco, o nada, del sistema económico
y de la clase empresarial que lo domina.
Además, por muy injusto
que sea en algunos aspectos nuestro Estado, todavía tiene mecanismos que
distribuyen riqueza y prestaciones hacia personas peor situadas. Por lo que el
discurso que habla en contra de los impuestos y el gasto público así en
general, sin diferenciar unas políticas de otras también es peligroso. Aquí se
ve el problema de que un discurso que busque favorecer la justicia tiene que
hacer ciertas matizaciones y distinciones mientras que el opuesto puede
simplificar más por lo que es más fácilmente propagable.
Frente a la falta de
representatividad de nuestros regímenes, se ha defendido la democracia directa.
Habría bastantes cosas que decir sobre en que condiciones este sistema puede
florecer, ser justo y funcionar bien, pero en principio es una buena idea. Eso
sí, no le veo sentido a hacer un movimiento que defienda solamente los derechos
de participación y no otros. Es decir, la defensa de derechos políticos debe
ser algo complementario de defender el derecho a la sanidad, a la vivienda, al
tiempo libre… los derechos en general.
Además se ha afirmado que
bajo el capitalismo es tal el poder de presión de los poderes económicos que
podrían chantajear incluso a la ciudadanía de una democracia directa, en parte
por ser la mayoría de esos ciudadanos trabajadores que dependen de mantener su
puesto de trabajo. No sé hasta que punto es así, pero sería interesante probar
en que medida la decisión directa podría cambiar las cosas y en que medida no.